Huyeron bajo la lluvia,
sin prisa alguna.
Huían de sus temores,
de esos temores que provoca soñar.
Se empaparon de inmensidad,
se abrazaron,
y hasta tal vez se amaron,
tanto como el silencio lo permite.
Siguen latiendo,
las casualidades son excusas
que la felicidad
jamás rechazará.

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